La discusión sobre la idea de ser feliz o no ser feliz puede ser interminable. La felicidad es un concepto bastante abstracto y relativo como para teorizar sobre él, sin caer en varias sinsalidas. La diversión, en cambio, es mucho más fácil de comprender, al menos aparentemente. Bajo lo divertido cabe todo aquello que rompe con la rutina y te da satisfacción.
La mala noticia es que ser feliz y divertirte no son sinónimos. Alguien puede divertirse con frecuencia y no por eso ser feliz. Pero también al revés: alguien puede no realizar muchas actividades divertidas y al mismo tiempo sí ser feliz.
“Mi felicidad consiste en que se apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”
–León Tolstoi–
Pero, ¿a qué viene todo esto? Simplemente se trata de una introducción para llegar a un punto que debe ser motivo de reflexión: en el mundo actual, la diversión se convirtió prácticamente en un mandato. Los infelices solo son bienvenidos en las iglesias y en los consultorios psicológicos. Por eso mismo, mucha diversión podría haberse convertido el medio para encubrir una gran infelicidad.
La orden de divertirte para parecer feliz
Algunos la llaman la “sociedad de la Coca-Cola”. ¿Recuerdas que uno de los primeros eslóganes de esa compañía lo ordenaba? “¡Disfruta!”, decía. Y mostraba gente sonriente, viviendo de forma “plena”, es decir, rodeada de muchos amigos “amigables”, viajando, aventurando, comiendo delicioso y con una “pareja de revista”.
En las últimas décadas, mucha gente no ha parado de seguir esa orden. Una de las palabras más aterradoras en el mundo de hoy es “aburrimiento”. Y se supone que lo contrario al tedio es el dinamismo en exceso, muchos “finde” intensos. “Lo que más me gusta de él es que me hace reír”, dicen muchas. “Lo que más me gusta de ella es que no se toma las cosas tan a pecho”, dicen ellos.
Se supone que para ser feliz debes ser ligero y parecerte a la gente de los comerciales de Coca-Cola, o de algún dentífrico. Las expresiones que no son sonrisas, son “mala cara”. Si tienes una dificultad, no falta quien quiera ayudarte invitándote a una fiesta o aconsejándote introducir más diversión en tu vida.
Diversión y culpa
El mandato para divertirnos es tan fuerte que a veces terminamos experimentando culpa cuando se asoma la idea de que no estamos disfrutando lo suficiente, o que no tenemos las herramientas emocionales para disfrutar “como Dios manda”.
La diversión, el momento de fiesta, aparece en la historia de la humanidad unida a lo sagrado. Cada cultura ha reservado momentos especiales para interrumpir la vida cotidiana y dar lugar a un tiempo para compartir con la comunidad. Representaban momentos muy emocionantes porque suponían la alegría compartida, las expresiones artísticas y un encuentro afectivo con los otros.
La eterna fiesta actual, en cambio, cada vez resulta más programada y más atada a fines comerciales. En muchos casos se origina en la angustia y no en la intención de celebrar. Pero lo más grave es que cuando se convierte en una práctica continua, también comienza a formar parte de una rutina, esta vez de disfrute, que le quita mucho de su encanto.
Divertirte no es sinónimo de ser feliz
Hubo un tiempo en el que la diversión y la satisfacción eran vistas como enemigas de la virtud. El sexo, principalmente, era satanizado y mirado como un ámbito en el que el ser humano podía iniciar un proceso hacia la decadencia. El placer aparecía como algo propio de gente poco evolucionada, a la que le faltaba razón y por eso se entregaba a la satisfacción de sus instintos.
Gracias a los aportes de muchas disciplinas, entre ellas la psicología, se comprendió y se extendió la idea de que, al contrario de lo que pensaba la mayoría, el placer, la satisfacción y la diversión eran componentes legítimos de una buena salud mental. Que la represión del deseo era negativa y que podía incrementar notablemente las neurosis de las personas.
Hoy en día parecería que la tarea es exactamente la contraria: promover la idea de que no todo puede ser disfrute y que las frustraciones y las carencias también juegan un importante papel en el desarrollo y el crecimiento emocional. Lo que está satanizado ahora es todo aquello que no implica diversión o disfrute. Pasarlo bien no excluye, ni responde, las preguntas sobre el sentido de nuestra existencia. Divertirnos no implica haber resuelto el enigma de la felicidad personal.
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